Jorge Giancarlo Pineda nos convoca, desde la cotidianidad al encuentro con la obra de arte , con la creación que si bien obedece a designios temporales buscar alientos de eternidad. Desde lo común del color, del espacio nace la obra que hoy nos provoca y como decía nos reconcilia con lo que podemos tener divinos. El reflejo de nosotros mismos nos pierde o no salva, nos pierde en la inmovilidad, extasiados nos alejamos del mundo, no salva cuando nos vemos reflejados en otros ojos que nos miran y a los que a su vez observamos, espejo en doble sentido que por gracia del amor, de la palabra, del arte nos reconcilia con nosotros y por tanto con la humanidad. Esta cualidad que nos arranca de lo cotidiano se ejecuta en la realidad, nada que ver con designios divinos, que cultiva y evolucionan en el tiempo por la vía de la experiencia que de la observación pasa al trabajo y la técnica que perfeccionan el trazo.
Decía el filósofo italiano Benedetto Croce, que la historia de la humanidad, es el desenvolvimiento del espíritu en busca de su libertad, y lo mismo podemos afirmar del historia personal, que corre paralela a la sociedad: somos seres históricos que sólo por momentos de inspiración nos alejamos de la manada. Como individuos y como especie vamos a lo largo del tiempo acumulando experiencias qué dejan huella en nuestro ser que procesadas dan estructura al pensamiento y acontece una transformación de la mente, un cambio cualitativo en la persona, espiritualidad, y porqué y el para que de su existencia.
Jorge Pineda sabe de estos caminos y de esta soledad es donde germina la creación que hoy se materializa en su obra, nos confronta, nos provoca con su realidad que puede no reflejar lo que nosotros somos, provocador que se asoma al espejo para ver quién vive ahí dentro, imagen que se multiplica y se recrea al combinarse con otros curiosos espectadores, quien refleja quien, el autor al espectador o en sentido inverso, ¿De donde salen esas imágenes que nos conmueven? Líneas y curvas de un inconsciente colectivo que nos atrapan o dan pie a una individualidad que se recrea.
El artista nos provoca, no explica solo refleja tal vez su interior, tal vez lo que se ve en nosotros, y en esta visión colectiva podemos identificarnos. Siempre se ha discutido si es necesario comprender el arte o simplemente amarlo. Conceptos que no necesariamente son antagónicos cuando se ama lo que se conoce, las figuras nos provocan el conocimiento, nos acerca.
Es frecuente admirar la obra de arte, la pintura, escultura en el caso que nos ocupa olvidando el creador, al hombre que con inspiración, cierto, pero con técnicas y constancias logran hacer llegar al lienzo y en la materia amorfa, una idea que por sus sentidos han ido en su mente en sus sentimientos y en sus emociones, primer movimiento que después requiere el encierro,
la extracción, los momentos de frustración que impide dar forma, luz y color a la idea, por eso el artista será eterno rebelde, el poeta nunca terminará su decir, a una frase maestra no trae el silencio, es sólo una provocación para el paso siguiente, el otro, el otro, sentido de humanidad que no termina su desterrado caminar, búsqueda de la utópica coincidencia entre el concepto y lo concebido… Como en el amor.
Se requiere el valor para darle luz a la obra que se trabajo en silencio, en la soledad de un estudio, y hoy, nos provoca, se exhibe, se abre para que podamos ver de que está hecha.